Lejos de las guerras convencionales, una batalla silenciosa, pero de alto voltaje económico, está redefiniendo la geopolítica. No se trata de un conflicto con misiles ni drones, sino de una guerra por el control de los microprocesadores, una industria que ostenta un valor de más de U$S 600.000 millones. Durante décadas, quien lideraba este sector definía la posición dominante en la tecnología. Primero, fueron Intel y AMD en la era de las computadoras. Posteriormente, con la irrupción de la industria móvil, surgieron nuevos protagonistas como Qualcomm, Samsung, Apple y Huawei. Pero ahora la ambición va mucho más allá que un sector de la economía.

En los últimos años, la efervescencia por la inteligencia artificial (IA) intensificó esta batalla y está redefiniendo no solo a los actores involucrados sino también nuevas reglas de mercado y de los gobiernos protagonistas. La obsesión del sector está puesta en el desarrollo de Unidades de Procesamiento Gráfico (GPU) y Unidades de Procesamiento Neuronal (NPU), dos productos que se volvieron críticos en este escenario, ya que resultan componentes fundamentales para desarrollar nuevos modelos basados en la tecnología que todos quieren. Las GPU, originalmente diseñadas para renderizar gráficos de videojuegos, se han convertido en la base de la IA debido a su arquitectura de procesamiento masivamente paralela, perfecta para los complejos cálculos de las redes neuronales. Por otro lado, las NPU, chips especializados o aceleradores de IA, se integran en microprocesadores de consumo, potenciando la IA en dispositivos cotidianos. Según la industria, muy pronto veremos no solo computadoras o celulares, sino hasta autos o electrodomésticos con NPUs.

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Gran parte de esta convulsión ya fue prevista por Estados Unidos. La importancia estratégica de los semiconductores transformó el mercado tecnológico en un asunto de seguridad nacional y en 2019, durante su primer mandato, Donald Trump impuso restricciones a la venta de chips a China con el objetivo de limitar el desarrollo militar y de sistemas de vigilancia en el país asiático. Su sucesor, Joseph Biden, mantuvo e incluso intensificó estas restricciones. La administración del expresidente demócrata impulsó la Ley Chips, un proyecto que permite destinar U$S 52.000 millones en subsidios y créditos fiscales para fomentar la fabricación de microprocesadores dentro de EEUU. Esta ley, en conjunto con las restricciones a China, es un ejemplo más que evidente de cómo el gobierno estadounidense ha convertido el control de la cadena de suministro de chips en una prioridad.

Actor directo

Pero en las últimas semanas, Trump dio no uno, sino dos pasos aún más relevantes. El gobierno estadounidense ya no es solo un regulador, como en teoría debería ser una gestión liderada por los republicanos: ahora es un actor directo en el mercado tecnológico.

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A principios de agosto, Trump permitió que Nvidia pueda vender chips a China. La compañía liderada por Jensen Huang hoy es la líder del mercado y supo aprovechar la oleada de la IA para posicionar sus chips más poderosos, superando a Apple y Microsoft para convertirse en la empresa tecnológica más valiosa del mundo. A cambio, Nvidia deberá ceder el 15% de sus ventas al gobierno federal y no podrá comercializar sus productos más potentes al gigante asiático. A este hecho se sumó el capítulo Intel: el presidente norteamericano anunció un acuerdo para tomar una participación del 10% de dicha compañía, bajo el marco de la Ley Chips. De esta manera, convirtió U$S 8.900 millones de subvenciones federales en acciones de la empresa. Intel fue exitosa en las décadas de 1990 y de 2000, pero la aparición de competidores como AMD y el fracaso adaptarse a la informática móvil después del lanzamiento del iPhone en 2007 afectaron negativamente a la compañía. Hoy, Nvidia y AMD compiten por el dominio en la carrera de los chips de IA, mientras Intel se ha quedado atrás. Según Kathryn Watson de CBS News, la inversión millonaria se explica en parte porque el gobierno de Trump asegura que necesitaba un retorno por el dinero que ya había invertido en la compañía. Por su parte, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, dijo que la inversión busca “asegurarse de que el gobierno de Estados Unidos enriquezca al país nuevamente y se beneficie de algunos de estos acuerdos”. Según el New York Times, estos hechos convierten a Trump en el “comandante en jefe de la industria de los chips” y marcan uno de los capítulos de incursión federal más agresivos de la economía estadounidense, comparable solo con el rescate de bancos que hizo Barack Obama luego de la crisis de 2009.

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Más allá de los enredos de la propia política y economía estadounidense, estos movimientos revelan el interés y la relevancia que adquieren estos componentes tecnológicos en el nuevo orden mundial. El futuro de los líderes de dicho mercado dependen en gran parte del abastecimiento y el conocimiento que hoy tienen pocas empresas, capaces de ceder el 15% de sus ventas o de sus acciones, a cambio de no perder el liderazgo que durante años ostentaron y que en el futuro pueden ser decisivos.

Los microprocesadores son, sin dudas, los cerebros de un futuro automatizado, en el que no solo los objetos de nuestro día a día necesitarán de ellos, sino también las armas y los sistemas de seguridad. Está claro entonces que quien tenga el control de su producción tendrá el verdadero poder y a la vista está que dicha guerra ya empezó.